A Valentín lo asaltan apoyándole un cuchillo en el cuello. A partir de ahí, se cuenta la detención de los delincuentes, los traumas psicológicos que afrontó y el sorpresivo encuentro con sus asaltantes durante la audiencia judicial.
Juan Manuel Aramburu
En la fiscalía. Saliendo del baño. Volviendo a la oficina del abogado. Esperando el veredicto del juez. Ahí fue cuando volvió a ver a las dos personas que días atrás lo habían asaltado y lo cortaron en el cuello. Se dio vuelta y notó que lo seguían mirando. No sería la última vez que los vería.
Recién salidos de un boliche en el centro de Comodoro, Valentín y Matías van caminando por la calle Sarmiento. Se dirigen a la casa de Matías, a un par de cuadras de distancia. Ven a dos muchachos cerca. No le prestan atención y siguen su camino. Cruzan la calle y ahí se les acercan los dos que habían visto antes.
—¿Tenés fuego?– pregunta uno de ellos, mientras se acercan.
Valentín sospecha que algo se viene.
—¡Corré!– grita Matías.
La lenta reacción de Valentín, sumado a no correr lo suficientemente rápido, resulta en ser atrapado por los agresores.
—Entonces, me agarraron a mí, me tenía el cuello en el cuchillo, así. Y el otro me estaba revisando, y bueno, que yo no me mueva, yo intentaba como sacarme el cuchillo, como para que sea más tranca todo. Me tiran al piso luego de eso, me sacan el celular, la billetera, después se dan cuenta que el celu tiene contraseña, entonces lo que hacen es pedírmela. Yo digo “uh, la puta madre”. Creo que al cuarto intento recién de poner la contraseña lo pude desbloquear. Ahí como que me dejan. A todo esto, Matías se había ido corriendo a la casa, a buscar ayuda habrá sido. Entonces, me dejan tirado ahí y, antes, me pegan unas patadas. Con todo lo que sentía las patadas no las sentí, o sea, no sentís nada.
—Quedate quieto o te corto— le decían los asaltantes.
—Bueno, está bien, tranqui— trata de calmar la situación Valentín.
Tratando de mantenerse calmado, sin intención de hacer nada que lo complique, colaborando. Solo, ya que su amigo había corrido a buscar ayuda, Valentín fue abandonado. Los agresores salieron corriendo enseguida. Justo cuando se puso de pie y salió a buscar ayuda, se cruzó un auto de la policía. Alterado pidió ayuda y la patrulla salió por dónde él señaló. Recién ahí se dio cuenta que el cuchillo con el que lo amenazaban lo había herido. Sintió la sangre al tocarse, la vio en su mano y en su ropa.
Junior Perea y Agustín Soto, esos son los nombres de los agresores. Valentín recuerda que eran más altos que él, Soto era el más flaco y alto de los dos. También era el único que tenía antecedentes. Minutos antes de interceptar a Valentín y a Matías, habían estado en una remisería a unas cuadras, causando problemas y tirando piedras. Así fue como la policía entró en la escena.
—Habrá sido la suerte del destino en que cuando yo estoy cruzando aparecen ellos, es por eso que aparecen, porque los mismos que estaban ahí ya estaban jodiendo. Entonces fue la policía a ver y la ligué.
Con Valentín nos reunimos en una plaza que queda cerca de la casa de ambos, ya que ninguno pudo recibir al otro en la suya. Día soleado, caluroso. Sentados bajo un árbol para estar en la sombra, me cuenta la experiencia que vivió hace cuatro años, en marzo de 2017. Habiendo superado el episodio admite haber sufrido los días posteriores al robo.
—En la Fiscalía me dijeron si quería ayuda psicológica (se ríe). Yo en ese momento dije que no, en ese momento me parecía que era mucho, entonces no lo quise… con el tiempo me pasó de querer ayuda psicológica porque había momentos que en la noche me asustaba con mi propia sombra. No sé, estaba caminando solo y veía algo y… ah no, mi sombra, así. Quise ayuda, luego pasó lo de la tormenta, lo del diluvio, todo eso.
Después de haberse cruzado con la policía, se quedó parado en medio de la calle pensando qué hacer, si ir a buscar a Matías, su amigo, o si seguir a la policía. Vio que, a metros, la policía había atrapado a uno de los asaltantes y se acercó a ellos. En el camino encontró su celular tirado en el suelo, lleno de sangre. Se los mostró a los oficiales, que se lo pidieron como evidencia. Justo en ese momento aparece otra patrulla de la policía.
Una vez aprehendido uno de los asaltantes, suben a la patrulla y se dirigen a la seccional primera, en el centro. Valentín iba en el asiento de adelante, el del acompañante, con uno de los agresores atrás con dos policías a su lado. En ese momento, mientras se trasladaban a la comisaría, los policías que se encontraban en los asientos de atrás agredieron físicamente al detenido. También, por la radio, se enteraban que los otros policías, que habían llegado como refuerzos, lograron agarrar al otro ladrón.
Al llegar a la seccional se bajaron los policías y se llevaron a los detenidos. Valentín no bajó. En ese momento quedó asimilando, pensando por primera vez, lo que le había pasado. Sin poder entender del todo lo sucedido, sin saber que acababa de pasar, rompió en llanto. Desahogo.
A todo esto, Matías no sabía nada de Valentín. Lo último que vio fue a Perea y Soto agarrándolo.
—Fue muy gracioso ver una imagen mía en su perfil de Twitter como que me estaban buscando. A mí me dio risa porque estaba vivo, solo que él no sabía. Entonces, ahí está la otra parte, él después de que se fue a su casa le contó todo a la mamá y eso, y hasta que él salió yo ya no estaba, entonces él pensó que me habían hecho re-boleta. Él no sabía que pasó la policía, no se enteró de nada.
Después de la seccional primera, los policías llevaron a Valentín al Hospital Regional. Cansado por la larga noche, fue directo a emergencias. Una herida superficial, leve, unos centímetros más arriba habrían significado algo grave. Anestesiado, le pasan la aguja, ocho puntos. A pesar de la anestesia, sentía la aguja pasar, le dolía. Los policías y el doctor le hablaban para que no esté alterado, para que se relaje. Se duerme. Al despertar tiene a su lado a su madre. No tiene idea de cómo se enteró su madre de lo sucedido, pero ahí está ella. Ya con su familia en el hospital, luego de firmar unos papeles y hablar con la policía, regresa a su casa después de la larga noche.
Comienza la parte jurídica del episodio. Tuvo que hacer la denuncia en la fiscalía, esperar el llamado. No presenció la audiencia judicial, aunque sí estuvo presente en el lugar. Estaba, junto a su mamá, en la oficina de un abogado, esperando el veredicto. Allí volvió a ver a Soto y Perea.
—Y yo en un momento dije que quería ir al baño, entonces de esa oficina tenés que salir afuera y meterte dónde está lo de los juicios y eso, que ahí hay un baño. Cuando vuelvo, hago así en una esquinita, doblo y ahí me los encuentro, o sea me los encuentro así, de la nada, me los vuelvo a cruzar así…
—¿Solos?
—No, estaban con alguien, acompañados. No abogados, sino con alguien más, así de onda. Cómo que te atraparon a vos y yo te acompaño, o sea, re nada que ver.
Entonces yo los miro un poco ¿viste?, y me di cuenta que me seguían mirando, tipo desde que yo me puse de espaldas, porque está el vidrio, y se ve el reflejo, entonces yo del reflejo miro que me estaban mirando y yo no los miré.
Hoy Valentín, a quién todavía se le puede ver la cicatriz en la parte izquierda de su cuello, debajo del mentón, me cuenta la historia, entre risas y un poco de bronca, en este día soleado. Cuando sucedió era menor de edad, ahora está cerca de recibirse. El veredicto dictó que debía ser recompensado por $200 por ambos agresores. Perea le pagó casi enseguida, Soto hasta el día de hoy no cumplió con la ordenanza. Valentín no cree que vaya a hacerlo.
A Perea lo volvió a ver dos veces después de cruzarlo en la fiscalía. Las dos en el mismo lugar, la plaza de los hoteles. Guardaba rencor aún, pero no hizo nada, ni siquiera sabe si Perea lo reconoció.