EL DÍA GRIS Y LAS ROSAS

Cuando mueren sus padres, Aníbal es esclavizado por su tío. Relato de un hombre que al escapar cae en la indigencia y de sus esfuerzos por reconstruir su vida.

Melanie Rodríguez


Recuerdo que era domingo, la tarde era soleada y el tiempo era perfecto; ni muy frio ni muy caluroso. Me iba a encontrar con Aníbal, íbamos a hablar de su vida, no conocía muchos detalles de su juventud, pero sabía que sería interesante.

Faltaban veinte minutos para la cuatro, me apuré, agarré mi mochila, las llaves de la casa y salí lo más rápido que puede, no quería llegar tarde. Caminé por la San Martín casi vacía, en el séptimo día el centro de la ciudad siempre parecía un desierto, recorrí unas cuantas cuadras y llegué a la calle Sarmiento, di unos pasos más y me topé con su casa. Miré mi reloj, había llegado cinco minutos antes de lo pactado. Toqué la puerta y rápidamente salió a recibirme, era evidente que me estaba esperando. Entré, nos sentamos en el comedor y tomamos té mientras hablábamos de algunas cosas sin sentido, era una especie de introducción protocolar para luego dar comienzo a nuestro tema de interés. En el ínterin noté la pequeña repisa que había en la esquina, estaba llena de fotos con sus hijos, en total eran seis, y nietos eran muchos más.

—¿Qué querés saber? — me preguntó mientras se llevaba un cigarrillo a la boca y lo prendía.

—Todo. Tu vida entera.

—No fue tan buena.

Aníbal vivía con su esposa Argelia y su hijo menor, era un señor simpático y hablador, alto, moreno y con cabello canoso, gozaba contando sus vivencias, conversando de lo que había hecho y lo que no, pero podía darme cuenta que muy en el fondo hablar de su adolescencia le afectaba.

Todo sucedió en la década del ’50, en ese período bien al sur de la fría y alejada Patagonia vivía un muchacho, le faltaban algunos años para cumplir las dos décadas, pero parecía un niño aún, era risueño, alegre y muy hacendoso. Ese era Aníbal. Vivía en el campo junto a sus padres, Luisa y José. Tenían una finca grande y próspera, estaba dividida en dos partes, en un extremo se dedicaban a la crianza de animales, sobre todo ganado ovino, también tenían caballos, gallinas y una que otra vaca. En el otro, se encontraba la casa familiar, que era grandiosa para la época: tenía seis dormitorios, el comedor y el living era un área unida muy espaciosa, el patio era exageradamente extenso con árboles inmensos, además, tenían un jardín inundado de flores que Luisa plantaba, era el lugar favorito de su hijo. A la familia le iba bien.

Al lado de propiedad vivía el tío de Aníbal en una pequeña chacra junto a su esposa y sus dos hijas, este trabajaba con José, le ayudaba con algunas tareas secundarias.

—Yo le llamo el día gris, recuerdo que estaba nublado, llegaba de la escuela y cuando pasé el cerco que dividía la casa del camino de tierra vi a unos metros un pequeño grupo de personas. Me pareció raro, a esa hora no llegaban visitas, cuando me acerqué escuché algo sobre un accidente, ahí me cayó la ficha, mis viejos se habían ido de viaje muy temprano, eran ellos.

—¿Murieron?

—Sí.

—Todo fue muy rápido, de un momento a otro yo tenía que hacerme cargo, me sentía incapaz por eso pensé que era buena idea que mi tío administrara todo. Era muy joven e inocente.

Al principio todo iba viento en popa, Aníbal quería adquirir experiencia en los negocios para hacerse cargo más adelante. Al cabo de unos meses todo se derrumbó, su tío lo obligó a trabajar forzadamente, despertaba en la madrugada para ocuparse de los animales y cuando terminaba se encargaba de los quehaceres domésticos, del jardín, del patio y las compras. No le pagaban un sueldo, no le permitían tocar el dinero que dejaron sus padres, no descansaba, apenas le daban de comer, lo maltrataba física y psicológicamente, era un esclavo y lamentablemente no tenía a quién recurrir. Su alma estaba destrozada.

—Cómo iba a desconfiar de él, era hermano de mi padre, decía que yo era como un hijo. Cuando me engañó me di cuenta que todo era parte de una trampa. No sabía qué hacer, estaba desesperado, intenté resolver las cosas, pero no hubo caso. Me robó, fui muy ingenuo.

— ¿Qué pasó entonces?

— Me quedé un tiempo pensado que algo cambiaría, pero los maltratos no pararon. Una noche esperé que todos durmieran y escapé por una ventana, fue la experiencia más aterradora de toda mi vida, pensaba que si mi tío me atrapaba me mataría.

Aníbal pudo escapar y logró llegar al pueblo. Sus primeras semanas fueron desastrosas, dormía en la calle y se alimentaba gracias a la bondad de algunas personas. Caminaba todo el día buscando trabajo, pero nadie le daba una oportunidad, cuando caía la noche dormía en donde esta lo agarraba. Los días pasaban. Una tarde recorrió un largo camino y llegó a un mercado colmado de puestos, Aníbal aprovechó y a cambio de unas monedas cargaba la mercadería de los vendedores, con eso le alcanzaba para comer a veces. Una tarde vio a un cliente de unos setenta años batallando con unos cajones muy pesados e inmediatamente fue a ayudarlo, a pesar del momento que pasaba Aníbal nunca dejó de ser cortés, en agradecimiento este hombre llamado Manuel le ofreció algo de dinero, pero Aníbal no lo recibió, en cambio le suplicó por un trabajo.

—Le dije que estaba en la calle. Se ve que vio algo en mí porque Manuel me ofreció venir a Comodoro a trabajar con él, eran otros tiempos, las cosas eran diferentes. Gracias a él pude tener un trabajo decente, terminar la secundaria y llevar una vida digna.

—Tu vida dio un giro inesperado, gracias a Manuel estas hoy acá.

—Si no fuera por él probablemente hoy sería un indigente. Lo más gracioso es que años después me casé con su hija, con Argelia. Nunca me imaginé que terminaría siendo mi suegro, fue como un padre para mí.

Manuel era una persona pudiente y, al igual que Aníbal, había pasado por algunas vicisitudes en la vida, por eso le dio la oportunidad que nadie le ofrecía. Aníbal supo explotarla al máximo y trabajó muy duro para llevar una vida digna. Ahorró para comprar una casa y lo primero que hizo al tenerla fue plantar rosas rojas, le recordaban a su madre, eran sus favoritas, para él eran similares, ambas eran bellas, delicadas, con fragancia encantadora. Una de sus actividades favoritas era sentarse entre las flores y admirarlas, ellas le transmitían tranquilidad. Cuando se casó plantó rosas blancas, estas eran dedicadas a su esposa, Argelia era el amor de su vida, se complementaban a la perfección, él era el extrovertido y ella era más serena. Su mujer y su familia le dieron todo el cariño que él necesitaba luego de tal decepción.

Nuestro encuentro duró aproximadamente dos horas, no podía creer todas las penurias que había transitado este hombre, pasó de tener una vida cómoda y oportuna con su familia a estar privado de la libertad debido a su tío, por suerte encontró a las personas correctas en el momento correcto. Mi charla con Aníbal sucedió hace un tiempo, hoy, años después decido compartir esta historia, de una persona, que perdió todo y, aun así, luchó por superarse, a pesar de los malos momentos enfrentó el camino de la vida sin perder su esencia.

Este suceso resulta tan dramático que parece irreal, parece ser ficción, pero no lo es, de hecho, esta es la historia de mi abuelo.

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