CUANDO EL AGUA NO ES BENDITA – CRÓNICAS DEL TEMPORAL

El 7 de agosto de ese mismo año conocí a Sandra, una víctima más entre tantas que dejó el temporal que castigó a Comodoro Rivadavia entre fines de marzo y comienzos de abril de 2017. Durante ocho días cayeron más de 300 milímetros, más de lo que se espera que llueva en un año. Con toda su gentileza, Sandra me invitó a su casa, se prendió un cigarrillo y me contó su historia.

Por Marina Águila

Lunes 8 de mayo 15:00 h

–        Buenas tardes, tengo turno con Sergio…em, perdón…con el cardiólogo Rodríguez.

–        ¿Su apellido?

–        Ferreyra.

–        Si. Tome asiento, ya la van a atender.

Sandra es la única en la sala de espera. En el televisor, el noticiero de Canal 9 presenta la noticia con el titular: “ASÍ SE RECUPERA COMODORO”. Sandra ve las imágenes y no puede creer que lo que esté viendo sea su ciudad.  

–        Contame Sandra, ¿qué te anda pasando?

–        Tengo la presión por las nubes últimamente. Mirá, no sé si estoy más loca que antes, más gorda o qué, pero la verdad me siento diferente y no estoy durmiendo bien, pero tampoco me siento cansada. Es como que estoy acelerada todo el día.

–        Escuchame Sandra, sabiendo todo lo que te pasó es muy probable que tengas un estrés postraumático.

–        Dejate de joder Sergio, nos conocemos hace años. Por favor no me vengas con eso, sé que no fue una simple lluvia, pero tampoco es que me secuestraron los extraterrestres.

–        Haceme caso…

–        No, porque vos me decís eso para que yo vaya a un psicólogo y el psicólogo me va a encerrar.

El médico esboza una pequeña sonrisa bajando la mirada y moviendo la cabeza sutilmente.  

–        Mirá, los síntomas son estos: en primer lugar, no dormís. ¿Te pasa que no comés nada y de repente te da hambre?

–        Si, me pasa que no como nada durante el día y a la noche me como todo.

–        ¿Te distraes con facilidad?

–        Si, ahora más.

–        ¿Estás más acelerada?

–         Si. Siempre lo fui, pero… no tanto como ahora. Yo quiero todo y lo quiero ya.

–        ¿Te mareas?

–        ….

–        Sandra…

–        Si, ahora que pienso… Ayer iba caminando y me dio miedo de caerme, una sensación de vértigo.

–        Sandra ¿podés entender? Lo que me estas contando es estrés postraumático, y lo que estás teniendo es el comienzo de un ataque de pánico.

–        Mirá Sergio, voy a intentar controlarme, vos dame la medicación que necesito y listo ¿sí?

Sandra es trigueña, de ojos grandes y cabello ondulado, en los que se enredan sus anteojos para ver. También es impulsiva, arrebatada, acelerada. Con toda su personalidad, volvió a la rutina de siempre: la casa, el trabajo como docente y la familia. Así trató de seguir el ritmo de antes, pero sentía que su cuerpo ya no lo resistía.

Una tarde a la salida de su trabajo va conduciendo en dirección a su casa por la avenida Chile, en el barrio Pueyrredón. De repente ve a su derecha un auto que se aproxima a gran velocidad. En un movimiento rápido, Sandra logra maniobrar el volante hacia la izquierda. Cuando frena el auto en el medio de la calle, se voltea para mirar y se da cuenta de que ese auto nunca estuvo cerca, fue solo una sensación.

Asustada hasta el alma con sus ojos llenos de lágrimas y sus manos temblorosas, toma el celular y marca el número del doctor.

 –  Sergio, viste que a veces el cuerpo te dice basta. Este es mi momento, obviamente tenías razón. El cuerpo me está pasando factura y es el tiempo de bajar un cambio…

Miércoles 29 de marzo, 16:50 h

En la escuela N°39 del barrio 9 de Julio, los alumnos de turno tarde, de entre 6 y 9 años se encuentran formados en la galería. Se escucha el timbre que indica el fin de la jornada. Una mamá apresurada viene a buscar a su hijo:

–        ¡Hasta el lunes!

Sandra, maestra de segundo grado la corrige y le dice:

–        No mamá, hasta el viernes. Sólo mañana jueves no hay clases.

–        Por las dudas, seño… porque dicen que va a ser terrible la tormenta.

En ese momento se miran entre las maestras y comentan: ¡qué exagerada!

Lo que había pronosticado el Servicio Meteorológico se hacía ver. Ya se empezaban a notar de a poco las gotas en el parabrisas. Antes de dirigirse a su casa, Sandra pasó por el supermercado que quedaba solo a cuatro cuadras. Mientras pasaba los productos por la caja, notaba cómo la gente se iba yendo de a poco y una sensación de desesperación empezó a recorrer su cuerpo. En apenas unos minutos el cielo parecía derrumbarse, las gotas eran cada vez más intensas.

–        Me voy, dejo las cosas acá – le dijo desesperada a la cajera.

–        Tranquila, tenemos un equipo electrógeno -respondió la cajera tratando de calmarla.

Sandra, sin perder el tiempo fue adonde había estacionado el auto. El agua ya llegaba al zócalo de la vereda y las gotas, que en un principio apenas se notaban en el parabrisas, ahora ya no dejaban ver las calles. Las pocas cuadras que la distanciaban de su casa se convirtieron en interminables ríos. Conduciendo a contramano y pasando un semáforo en rojo, lo único que le interesaba era llegar a su casa.

A una cuadra, puede ver en la esquina a su hijo menor, Luciano de 15 años, todo empapado haciéndole señas y agitando los brazos para advertirle que por ahí no pasara con el auto porque era imposible. Ella logra dar vuelta a la manzana y puede estacionar en el patio delantero de su casa. Sus dos perros ovejeros alemanes se abalanzan sobre ella, impidiéndole caminar entre la abundante lluvia.

–        Ya está, ya llegué… vengan así los entro a la casa – dice Sandra tratando de maniobrar con las bolsas y el portafolio.    

La casa es de dos plantas. La puerta principal conduce directamente a la cocina comedor, luego a la izquierda hay un pasillo que se conecta con el baño y a la sala de estar, donde tiene una despensa blanca y una biblioteca llena de libros. Al final del pasillo en una esquina, hay una escalera caracol para dirigirse a la segunda planta en la que se encuentran las habitaciones: la matrimonial, la de sus dos hijos y una pequeña sala de estar con un futón.

Sandra entra empapada de pies a cabeza. Trata de calmarse y entender lo que está pasando. Su marido, Néstor trabaja en la empresa petrolera DLS y esa misma mañana comenzó a cumplir su horario laboral en Río Grande, un diagrama de 15 días. Por lo tanto, se encontraba sola con Luciano, ya que su hijo mayor estudia en Córdoba.  

–        Ma, ahora viene Thiago, vamos a ayudarle a Agustín porque se le está inundando la casa.

–        Luciano por favor te lo pido, ¡cuidado! Porque en la Constituyente baja rápido el agua.

Luciano y su amigo caminan tres cuadras para llegar a la casa de Agustín. Mientras tanto Sandra trata de asegurar que todas las precauciones que había tomado un día antes estuvieran en orden. Las cintas en los enchufes, las bolsas de nylon cubriendo las aberturas de las puertas y ventanas, los libros que estaban en el último estante a unos centímetros del suelo, fueron trasladados al estante más alto. Ese barrio, habitualmente suele inundarse. Los vecinos estaban enterados de lo que podría provocar estas lluvias. Aunque nunca previeron su magnitud.

Ya ha oscurecido y la lluvia no da respiro, ya no existe el silencio, solo se escucha la reproducción de las gotas, una tras otra. Las bolsas colocadas en la puerta para que no entrara el agua no sirvieron para nada. Eran las 12 de la noche, y el agua ya llega hasta el zócalo de su casa. A esa hora Luciano y Thiago vuelven asustados, sin palabras para explicar lo que ocurría allá afuera. La mamá de Thiago nunca pudo ir a buscarlo, las calles ya estaban intransitables y era muy peligroso arriesgarse.

Jueves 30 de marzo, 2:00 h

El agua ya empieza a filtrar por el techo y las paredes no dejan de transpirar lluvia. En planta baja el agua ya llega a la altura de las rodillas.

–        Nos vamos para arriba ¡ya! Traten de llevar todo lo que puedan – dice Sandra

Jamás se hubieran imaginado que el agua llegaría a esa altura. Sin dudarlo se aproxima rápido a la despensa para recuperar algo de comida. Abre la puerta de la despensa, pero no ve más que paquetes mojados y estropeados. Toda la comida estaba perdida. Dentro de sí se lamentaba: “¿cómo no se me ocurrió antes?”. A lo alto alcanza a ver un paquete de galletitas que estaba en buenas condiciones, lo toma y sube la escalera como puede.

Subieron rápidamente. Sandra ve el techo de su casa y no lo puede creer. El agua se filtraba por todos los rincones. Su habitación ya se estaba empezando a inundar, así que no quedaba otro remedio que permanecer en la sala de estar donde se hallaba el futón. Sacaron los colchones de la habitación de los chicos para acomodarse en el piso, junto con los perros.

El agua ya estaba empezando a circular y a invadir el único espacio seco en donde estaban. Juntaron toallones e hicieron una especie de barrera para que el agua se dirigiera hacia la escalera y bajara como en cascada hacia la planta baja.

 –        Al parecer, tenemos una catarata dentro de la casa… dice Luciano.

Se cortó la electricidad y el estar incomunicada genera una angustia que invade a Sandra. No deja de pensar en cómo estará su mamá de 88 años, que es diabética insulinodependiente. Ella dedica mucho tiempo al cuidado de su madre, incluso está evaluando la posibilidad de licenciar un turno en la escuela exclusivamente para cuidarla y verla todos los días. Su madre vive cerca de la Sociedad Rural, a unos 15 minutos de su casa. Sin embargo, lo único que la deja tranquila, es que en la casa de atrás de su madre vive su hermana, por lo tanto, está acompañada.

5 am

Casi 24 horas despierta, Sandra trata de limpiar y secar lo que se puede. No le entraba en la cabeza todo el martirio que estaba viviendo “¿Por qué a mí?”, piensa constantemente.

Los chicos aprovechan la oscuridad con apenas un destello de luz de tres velas, para contar historias de terror.  

–        …un conocido mío, jugó al ouija, de repente puede ver como un espíritu…

–        ¡Ay! Chicos, se dejan de contar esas historias por favor….

–        ¡Jajajaj!  

De repente se escucha un fuerte ruido que viene de abajo, todos se detienen un momento y se escucha el silencio aunque de fondo, la lluvia. “No… debo ser yo nomás… el cansancio”, pensó Sandra. A los cinco segundos ¡pum! el ruido se siente otra vez. Los chicos ya con cara seria voltean y la miran a Sandra.

–        ¿Escucharon eso?

–        Si má, viene de abajo….

–        Vamos a tener que bajar a ver, Luciano tratá de encontrar las linternas -dice asustada.

Luciano se fija en el cajón del escritorio, pero no ve más que cables USB y cargadores de celulares viejos que ya no usan.

–        Má vamos a tener que bajar con las velas…

En fila y a paso lento descienden por la escalera caracol. Sandra adelante, Luciano atrás y por último Thiago, cada uno con una vela. Cada vez que bajan un peldaño logran escuchar el ruido más contundente que viene desde la cocina. El escalofrío recorre el cuerpo de cada uno. “¿y si es un ladrón? ¿qué hago?, se repetía a sí misma.

Llegan al cuarto escalón y los pies ya se empiezan a sumergir en el agua. En la esquina del final del pasillo solo se pueden ver las tres lucecitas moviéndose despacito entre toda la oscuridad de la casa. Abajo la lluvia se escucha con más intensidad y Luciano entre si piensa “¿cuándo va a dejar de llover?”, mientras que Thiago suplica “quiero ver a mi mamá”.

Sandra llega al último escalón y el pie inseguro sumergido en el agua le juega una mala jugada.

–        ¡Mamá! Grita Luciano tratando de sujetarla de un brazo¡

Sandra cae de espalda de lleno al agua sobre los escalones.

–        ¿Sandra estas bien?, exclama Thiago, alcanzándole su vela.

–        Si, menos mal que soy gorda y caí sobre mí. Porque el que es flaco acá se quiebra el coxis… dice Sandra empapada totalmente.

La pequeña risa que sueltan los tres, rompe el ambiente de tensión que están viviendo.

Ella se pone de pie y logra estabilizarse entre el desastre. Camina hacia la cocina con pasos arrastrados por el agua. Cada vez que se aproxima, el ruido se hace más cercano y la invade un total estremecimiento. La respiración empieza a cobrar mayor fuerza y hasta puede sentir cómo toda la sangre recorre su cuerpo a partir del bombeo del corazón. Nunca se sintió tan viva.  Se acerca y la visión le permite observar un tercio del comedor. Cuando se coloca debajo del dintel de la puerta no ve absolutamente nada. Sin poder entender lo que estaba pasando se guía por el ruido, se agacha y puede ver cómo las sillas se golpean entre sí de un lado a otro… están flotando.

10 am

Había bajado un poco la magnitud de la lluvia que se filtraba por el techo y las paredes. Sin embargo, la catarata por la escalera seguía estando.  Sandra baja para ver las condiciones de su casa y cuando llega nuevamente al piso inferior es cuando realmente cae en la dimensión en la que se encuentra: su casa es un lago. La devastó ver sus propias cosas flotar por toda la casa, libros, zapatos, vajilla, ropa y objetos de todo tipo. Aun así, una voz en su interior le decía que ahora todo dependía de ella.

Se calza las botas de lluvia, una campera y se decide ir afuera a hablar con los vecinos. Abre la puerta que da al patio y de repente una fuerza extrema la empuja hacia adelante. El agua acumulada adentro de su casa era más caudalosa que la que estaba afuera y la arrastra hacia el exterior.

–        ¡Aaaaahhhhh! Grita, tratando de agarrarse de algún lugar.

En ese transcurso, tirada sobre el suelo, vio pasar una cebolla, una manzana, el portafolio de la escuela, y otros papeles. Nuevamente, embarrada de pies a cabeza termina en el chulengo del patio, a unos tres metros de la puerta.

Se para como puede. Trata de limpiarse y estrujarse la ropa. Cuando levanta la mirada puede observar como el Ford Ka, su pequeño auto que la traslada a todos lados, está repleto de barro que llega hasta el volante. El auto para Sandra no solo funciona para transportarla, sino que es como una biblioteca móvil. En ese momento recuerda todo lo que guardaba allí:  legajos de los alumnos, libros, carpetas, papeles del banco, las recetas para la medicación y estudios de su mamá y las agujas para las lapiceras de la insulina.

Se acerca hacia la puerta del portón y mira a su alrededor. “Y yo me estoy quejando…” piensa. La casa del frente, una pequeña construcción prefabricada apenas está sostenida por los pilares. Parecía de cartón, daba la sensación que en cualquier momento se derrumbaba mientras que la vecina de al lado lo había perdido todo.

Con Luciano y Thiago empezaron a ayudar a sus vecinos, a esos que nunca supo cómo se llamaban y que solo saludaba por cortesía. Ahora se estaban ayudando entre ellos para sobrevivir.

Había gente en la esquina de la avenida Chile a media cuadra de su casa, tratando de liberar el agua de la alcantarilla para que drenara. De allí sacaron almohadas, bolsas de basura totalmente llenas, maderas y todo tipo de residuos plásticos.

Mientras los vecinos limpiaban sus casas y despejaban sus veredas, miraban a los soldados del Ejército, cada uno con palas en sus manos, cómo se dirigían de una manera enérgica de un lado a otro tratando de ayudar a quienes lo necesitaban.

–        Los muchachos estos están haciendo un gran trabajo. Pero la verdad es que solo con palas esto va a ser imposible… Supongo que van a mandar a alguien del Gobierno a que nos ayude. Varias máquinas hacen falta o algo, lo que sea … -dice Sandra con tono de preocupación e indignación.

–        Si, deberían llegar en cualquier momento, es imposible sostener esta situación – le responde la vecina.

–        Les voy a preparar un poco de café a estos chicos….

Al final del día la calle se ve un poco más despejada. Sin embargo, las casas están rodeadas de pequeñas montañas de tierra que llegan al metro de altura.

Son las 12 de la noche y los soldados aún permanecen en el lugar ayudando a los vecinos.

Luego de ese intenso día, Sandra se dirige al mueble donde tenía todos sus recuerdos. Lo que más ansiaba era que esa caja que guardaba por años permaneciera en las mismas condiciones en la que estuvo siempre. Desganada, como presintiendo que eso no iba a ser cierto, abrió la puerta del mueble de madera. La caja ya no era de blanco mate, se tiñó del mismo marrón en la que se vio inmersa ese día.

La historia de sus hijos ya no estaba materializada. Los recuerdos de Marcelo y Luciano, se los había llevado el agua. Fotos, certificados, cuadernos, cartitas. Todo se le deshacía en las manos. “Se me está borrando la vida acá”, se repetía entre suspiros y sin consuelo. En ese momento se permitió llorar como nunca antes había llorado.

Viernes 1 de abril 11:00 hs

Después de otra noche sin dormir por el ruido constante de la lluvia, Thiago se asoma a la ventana y observa al frente de la casa vecina, algo blanco que flota entre el barro. Era el techo de una combi a la deriva. Él se queda tildado, preguntándose de dónde pudo haber salido ese vehículo. La voz de Sandra lo saca de la distracción.

–        Thiago, ahora te toca a vos – le dice ella mientras cuenta las galletitas que quedan.

–        Pero yo ya fui la última vez –  exclama Thiago.

–        No, yo fui la última vez – dice Luciano.

Durante los últimos dos días se están turnando para bajar y calentar agua para tomar té. Sandra se da cuenta que las galletitas se están acabando y además solo les queda una botella de agua mineral. Es lo único que tienen.

–        Chicos escúchenme, esto es importante. Nos queda solo una botella de agua, por lo tanto, haremos lo siguiente: vamos a tomar ahora dos vasos de agua, y a la noche otros dos cada uno. Así nos queda para mañana.

–        Pero mamá, sin duda la tía más tarde va a traer suministros.

–        No importa Luciano, igual hay que estar preparados.

Los chicos se miran entre sí con cara de preocupados. Sandra nunca imaginó restringir el uso del agua y los alimentos para la supervivencia. Siempre sostenía: “eso solo pasa en las películas”.

Una vez más esa tarde se dedicaron a la limpieza, pero todo continuaba tan contaminado, lleno de barro, hongos y materia fecal que les resultaba casi imposible seguir avanzando.

Todos los vecinos se hacían la misma pregunta, pero al parecer sin respuesta. ¿Cuándo va a parar esta tormenta? Una camioneta 4×4 se acerca a la vereda de la casa de Sandra, se baja una señora con un bidón grande de agua mineral y se la entrega. Sandra enmudecida por la situación, le dice un sentido “¡gracias!” y observa cómo sigue repartiéndole al resto de los vecinos.

La solidaridad no tenía nombre ni rostro, Sandra nunca supo quién fue esa mano generosa que llegó tan oportunamente a saciar no solo la sed sino también la inquietud y la soledad.

Cerca de las 20 recibe un mensaje de texto de su hermana: “Peti, te espero en la esquina de Gaceta y Tejo, así te entrego las cosas”.  Cuesta dar los pasos entre el barro que succiona las botas y resulta dificultoso encontrar un sendero para circular. De repente, vino a su mente el recuerdo de cuando bañaba a sus hijos en la bañera de la casa donde vivían en Las Heras 15 años atrás. Entre la espuma brillante y el blanco reluciente de la losa, los juguetes de hule se chocaban entre sí. Esa fue la sensación que atravesó su cuerpo cuando vio a los autos en la esquina flotando y chocándose unos a otros inmersos en el agua.

La rutina de los días siguientes fue la misma. Días interminables de limpieza, entre bidones de lavandina, secadores de piso, baldes y guantes de goma. El mismo esfuerzo se reflejaba entre los vecinos.

Nunca llegó esa máquina que tanto ansiaban, nunca se presentó nadie de las autoridades. Todo se volvió a repetir instantáneamente. Todo ese esfuerzo se vio desvanecido, y se lo volvió a llevar el agua. El jueves siguiente, al cumplirse una semana despertaron una vez más con lluvia intensa y galopante, sin piedad. Caía sobre los techos, sobre las calles despejadas y sobre las montañas de barro acumuladas provocando que se diluyera toda la energía de las paleadas.

A Néstor, el marido de Sandra no lo pudieron relevar en su trabajo y seguía en Tierra del Fuego. Después de ver su ciudad y su propia casa solo por imágenes, finalmente llegó el día en que se encontraría con su familia. Cuando estuvo frente a su casa no lo podía creer, simplemente no había entrada. Todo lo que miraba no lograba ser procesado por su retina. El portón estaba totalmente cubierto por barro sólido. Sujetó su valija con fuerza, la abalanzó sobre el portón, luego apoyo sus manos sobre el metal y escalándolo pudo ingresar al patio.

Entre sollozos, Néstor se funde en un interminable abrazo con su esposa y su hijo. La miraba a Sandra que le explicaba sin pausa todo lo que había sucedido, pero él parecía no prestar atención a sus palabras. Anonadado se quedó mirando las marcas que dejó el agua y el barro en las paredes de su hogar.

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