LOS GUARDIANES

Hace ocho años que el Instituto Provincial de la Vivienda (IPV) abandonó las obras en construcción del barrio Sutiaga III de Trelew. Ante los rumores de un intento de toma, los vecinos que aún esperan la entrega de sus casas organizan un campamento para vigilarlas. La historia de tres guardianes que aguantan la noche y sueñan con todos los arreglos que van a hacer a su casa una vez que por fin pudieran entrar en ella.

Lea Sotelo


Se había quedado solo a cuidar las cosas mientras Pablo y Damián iban a buscar dónde comprar algo para tomar. A pesar de estar en verano las noches eran frías, así que la convocatoria para hacer guardia no estaba teniendo mucho éxito. Ya eran casi las once de la noche y nadie más que Manuel y otros dos vecinos se habían acercado para el cambio de turno con el grupo de mujeres que horas antes habían estado ocupando ese lugar.

A pesar de que había casas de barrios habitados cerca, se sentía como si estuviera perdido en el medio del campo. Se concentró en las llamas del fuego que habían prendido con restos de pallets y pensó en qué haría si aparecía alguien queriendo meterse al barrio en construcción. No pasaba nada si tenía que agarrarse a piñas con una sola persona. Su preocupación era que vinieran en banda. Que de golpe apareciera un vehículo con cuatro o cinco tipos enfierrados con intenciones de meter a toda su prole adentro de las casas más avanzadas. Se imaginaba esa situación porque así era como sabía que sucedían las usurpaciones. O como había escuchado que pasaban. Menos mal que en ese momento de reflexión lo encandilaron las luces del auto de Pablo. Sus compañeros traían un pack de latas y varios paquetes de papas fritas Pehuamar. Se habían olvidado del agua caliente para el mate.

Esa era la quinta noche desde que se instaló el campamento a las afueras de la obra en construcción del barrio Sutiaga III. El objetivo era cuidar que las casas, cualquiera de ellas, no fueran usurpadas por algún “otro” que no fuera quienes ocho años antes habían pagado por un pedazo de tierra en la zona sur de Trelew. Es que en el medio de una casi lucha social en la que sesenta familias exigían al Estado provincial que cumpliese con plazos acordados, había aparecido el espectro de la usurpación de tierras. Lo cierto es que ocho meses antes centenares de personas habían ocupado tierras de una chacra experimental del INTA y, durante todo ese tiempo hasta inicios del año 2020, era normal que se corriera la voz sobre nuevos intentos de tomas. Esta vez, el rumor era que iban por los barrios de construcción avanzada que el Instituto Provincial de la Vivienda había dejado abandonados sin intención aparente de culminar.

La crisis económica venía ahorcando fuertemente a las familias de clase trabajadora que en los últimos 4 años habían padecido la desvalorización de sus ingresos y la pérdida de sus empleos. La composición de esa escena se terminaba de completar con la crisis habitacional existente, producto de la desenfrenada especulación inmobiliaria y los altos costos de los alquileres y los servicios esenciales. Por eso, era de esperarse que quienes tuvieran la más mínima posibilidad de aflojarse un poco el cinto para poder respirar mejor, arremetieran contra la burocracia, la corrupción y la desidia que estaba impidiendo que pudieran acceder a su techo propio.

La alarma que avisaba de supuestos planes de usurpación de las casas se encendió en el grupo de Whatsapp en el que desde hacía 2 años estaba Manuel. Su participación no había sido mucha cuando se trataba de dar la cara en acciones de reclamos públicos o ante las autoridades. Sin embargo, le pareció que en ese momento el clima general en la ciudad de verdad se sentía más caldeado que de costumbre. Mejor era prevenir que curar, decía su abuela. Mejor iba a ser poner el cuerpo para cuidar algo que si bien aún no era suyo, era lo poco que en ese momento tenía.

—¡Acá llegaron las provisiones!— dijo Damián con tono irónico. —¡¿No llegó el Sanpu todavía?!— preguntó con una expresión tonta de sorpresa ingenua.

—Sí, ahí está boludo, ¿no lo ves?

Damián miró desconcertado para todas partes hasta que entendió que lo estaban bolaseando. Trató de retrucar con un comentario sagaz, pero no se le ocurrió nada, así que largó una risa burlona y se fue a sentar en su reposera.

—Qué hijo de puta este Sanpu. A mí me dijo que iba a venir a hacer el aguante. Seguro que le dio paja por andar todo roto. Me contó que anoche salió y de ahí se fue a laburar. En la casa lo deben haber cagado a pedo.

—Y bueno, por andar haciéndose el guapo. Mirá que vas a salir entre semana, ¡hombre grande che!— comentó Pablo mientras habría un paquete de papas.

—Igual mejor que no venga. La otra noche se mamó y empezó a bardear feo al Galenso. Cualquiera se mandó. Menos mal que estaba el Bocha que es grandote y le paró el carro.

—¡No podés! Se pasa el chabón este.

A pesar de que hacía frío la noche estaba linda. Se veían las estrellas como nunca. Se escuchaban las ranas del drenaje que estaba cerca. Manuel se sintió más tranquilo porque ya no estaba solo. La única compañía habían sido el Firu y la Malena, los perros del sereno de la obra que ellos procuraban proteger. Los pobres estaban re tirados pero eran bravos y leales a quien sea que les haga una caricia.

Era la una y media de la madrugada cuando se percataron de que por Oris de Roa, desde el oeste, venía un vehículo grande.

—Che, ¿alguno de los vecinos tiene una camioneta o algo así?— preguntó Damián.

—Que yo sepa no, ¿viene para acá?— respondió Manuel mientras dejaba preparado el celular por si había que “pedir refuerzos”.

—Esperemos que no… a ver, perá.

Tenían razón en que era una camioneta y disimuladamente cada uno suspiró aliviado cuando vieron que siguió de largo con dirección a la avenida Murga. En eso Pablo rompió el silencio, un poco para descontracturar, un poco para matar el tiempo que se hacía cada vez más denso.

—¿Ustedes se pusieron a pensar en qué hacemos si aparece alguno queriendo meterse? ¿Y si caen diez ñatos con palos a apurarnos, qué hacemos nosotros?

—Sí boludo, estaba pensando justo eso hace un rato… medio que mucho no vamos a poder frenarlos.

* * *

—¿Irán a venir che? ¿Cómo sabemos que no fue pura paranoia de la vieja esa que siempre está tirando puras pálidas?

—¿Cuál vieja?

—Esa que siempre está diciendo “¡no nos van a entregar las casas!”, “yo sé porque le vendo sánguches a la cuñada de uno de los trabajadores de la empresa constructora”— mientras Damián imitaba a una de las vecinas, los otros dos se reían esforzándose para ubicar de quién hablaba su compañero.

—¡Ah sí! Ya sé quién decís… Nelly se llama creo.

—¿Nelly se llama? Nelly es mi señora.

—¿Cuántas Nellys hay en el grupo de Whatsapp?

—Que yo sepa una sola. Y mi señora no anda diciendo eso, pelotudo.

—Bueno no te calentés… qué sé yo cómo se llama la vieja mala onda.

—Ya fue boludos… no se van a pelear por eso ahora.

Se quedaron en silencio unos segundo hasta que Pablo largo una carcajada aturdidora.

—¡Tu cara, boludo! ¡Mirá que me voy a enojar por eso amiguito!

Intentando retomar la conversación Manuel siguió hablando.

—Igual por más que no vengan a querer usurpar esto nos va a servir. Ayer a la mañana vinieron los del diario a hacer una nota. Creo que Caro y Atilio estuvieron hablando para que le den espacio así los del IPV se enteran que estamos acá. En una de esas se apuran a terminar de una buena vez.

—¡Ojalá! Yo ya estoy repodrido de esperar— dijo Pablo.

—Yo igual… pero bueh, qué se le va a hacer.

Cuando ya habían pasado unas dos horas desde esa conversación, empezaron a caer los que se habían comprometido a hacer el relevo. Carlos y su hermano llegaron primero preparados con más palos y troncos para quemar y una importante cantidad de tortas fritas. La cosa se ponía más llevadera para los vigías. Después, cuando ya estuviera de día, venían las mujeres con los pibitos y se quedaban un buen rato. Así venía siendo desde hacía cinco días y así iba a ser durante aproximadamente una semana más.

Lo que en ese momento Manuel y compañía no sabían era que sus conjeturas eras acertadas. Que no iban a tener que pelear con tipos enfierrados y que el bullicio mediático generado sí iba a servir para apurar a las autoridades. Por lo pronto, para esos tres guardianes lo principal era aguantar la noche, sacarse el cuero lo más posible y soñar con todos los arreglos que le iban a hacer a su casa una vez que por fin pudieran entrar en ella.

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