LA RADA FOR EVER

Luego de la fundación de la colonia Sarmiento, Pietrobelli decide aventurarse en la búsqueda de una rada cercana. Así es que estudia la forma de llegar al océano cruzando las montañas; de esta forma, con varios nativos, emprende la empresa en junio de 1897. El objetivo era encontrar lo que hoy conocemos como Rada Tilly.

Lucía Coetsee


Alrededor de 1897, cinco familias galesas y una lituana se asientan cerca del lago Musters y el Colhué Huapi. Ellos y el aventurero Francisco Pietrobelli forman la colonia Sarmiento. El asentamiento va según lo planeado, tienen lo necesario para subsistir. Animales que proveerán alimento y lana, cultivo y elementos para construir sus casas. Luego vienen los primeros nacimientos: comenzó el crecimiento.

No había un cura ni iglesia, así que el primer niño fue entregado a Pietrobelli. Él lo levanto hacia el sol y dijo: “Bendícelo tú para que viva feliz hasta los cien años”. Los colonos, rodeándolo, coreaban “for ever, for ever”. Y con ese bienvenido crecimiento nacía también la necesidad de más recursos. No había un puerto cerca, de hecho, el más cercano era el de Camarones que estaba a 366 km. Necesitaban uno más cerca, uno donde recibir y enviar lo básico para vivir.

El tiempo corría y la necesidad se acrecentaba. Pietrobelli decide aventurarse en la búsqueda de una rada cercana. Así es que estudia la forma de llegar al océano cruzando las montañas; todas las formas parecían difíciles, pero no imposibles, después de todo un aventurero no les teme a las adversidades que se le presenten. De esta forma, con varios nativos, una carreta y trece caballos, emprende la empresa el doce de junio de 1897. El objetivo era encontrar la Rada Tilly.

Varios días le siguieron a la caravana, días hermosos y noches extremadamente frías los acompañaron. La inmensidad de la Patagonia les suponía dificultades que debieron afrontar sin queja alguna. Este camino los situó en un cañadón rodeado de contrafuertes.

El indio Guayill se adelantó para ver algún indicio de que el camino que se estaba tomando era el correcto. Volvió con buenas noticias.

—Si seguimos por acá llegamos al mar grande— dijo Guayill, refiriéndose al Atlántico.

—Excelente, podremos llegar rápidamente a Camarones. Aunque pensándolo bien… —Pietrobelli miró el horizonte, luego al mapa, de nuevo al horizonte. Brotó un silencio que fue rápidamente acallado por las ráfagas. —Camarones está en el Noroeste, no conviene hacer dos días hacia el Sudeste para luego volver por la costa hasta la misma latitud en la que estamos. Debemos buscar una forma mas directa cruzando los cerros.

Guayill no dijo nada, aunque con el movimiento en sus ojos lo dijo todo. Ahí es que decidieron acampar en ese lugar, para explorar y encontrar una forma de transportarse. Encontraron un paso en forma de “V”. Estaban en lo cierto, un cañadón, casi escondido por unas colinas. Decidieron cruzar, ahora con una nueva preocupación: se estaban quedando sin suministros.

El frío era un punzante en la altura en la que se hallaban. De día soportable, pero en la noche todo lo contrario. Encontrar leña era prácticamente una bendición, y la que encontraban la debían untar con grasa para que encendiese más rápido. Guayill se despidió del grupo, ya que ese era terreno desconocido para él. La caravana se dirigió al sudeste. Continuaron por el cañadón entre arbolitos sin corteza parecidos a manzanos, tuvieron que cortar varios para llegar al altiplano. A este cañadón, desde ese momento, se lo conoce como cañadón Pietrobelli.

—Don Francisco— se acerca uno de los indios cabizbajo.

—¿Qué sucede?

—La olla y el balde, los perdimos.

—¿Cómo?

—Creo que fue cando íbamos por los calafates.

—Bueno, no pasa nada. Mañana tenemos que bajar a hacer provisión.

El camino hacia lo desconocido siguió. Subidas extenuantes, bajadas rápidas y peligrosas. Pietrobelli calculaba que la Rada Tilly no debía estar lejos. El explorador dio por terminado el día.

—Bien, creo que al otro lado de esas colinas se encuentra la rada. Cassiowill, mañana temprano adéntrese y haga humo para indicar el camino, y recuerde pararse donde encuentre pasto y agua. Los caballos están soportando más de lo que pueden.

Continuaron bien temprano, no tanto porque quisieran, sino mas bien porque el frío los obligó a mantenerse en movimiento. Caminaron unos pocos kilómetros cuando el sol comenzó a salir, el calor les dio una caricia que trajo un poco de calma al grupo. Cassiowill paró repentinamente. Se tiró del caballo con una destreza atlética. Se agachó por unos segundos e hizo un ademán para que se acercara el resto.

—¿Qué sucede?— dijo Pietrobelli, tratando de despabilarse del calorcito mañanero.

—Huellas— dijo Cassiowill mientras apuntaba y hacía un recorrido por ellas. —Mire, caballos, y acá hay de perro.

—Qué alivio, me pregunto si son recientes.

Cassiowill y Pietrobelli examinaron la bosta de caballo que había. Las huellas eran de casi un mes. Varios días habían pasado y esta vez el clima les favorecía, pero los caballos se encontraban lastimados y cansados. Los dejaron recuperarse, aunque no lo suficiente, y los forzaron a seguir hasta que llegaron a la pampa, donde hicieron campamento. Cuando despertaron, estaban rodeados por 50 centímetros de nieve, y los caballos habían desaparecido. A duras penas encontraron ramas con que hacer una fogata para derretir nieve y calentarse.

Nahuel encontró los caballos: se habían refugiado de la nieve en un barranco cercano.

En el camino, la nieve aumentó otros 20 centímetros. Sus ropas eran girones y la idea de la retirada comenzaba a flotar en sus mentes.

—No quiero seguir más— dijo Cassiowill con voz dominante —regresemos a Colhué Huapi.

—Para nada, llegamos a este punto, hay que continuar— respondió Pietrobelli con el mismo tono de voz.

—¡Pero mire los caballos!, ¡mírenos a nosotros! ¡No tenemos comida, ni agua!

—¿Y cree que volver es lo mejor? ¿con el viento de frente? Ya hicimos varios kilómetros sin ver un poco de pasto. ¡No, es un rotundo no!

Silencio, ambos mastican rabia. Francisco retomó la discusión.

—Mire, ya hicimos el peor camino, continuemos. Dejamos el vagón a la vista y seguimos a caballo y si falta carne, bueno, tenemos los caballos.

Cassiowill no decía nada, no se iba. Parecía que el debate se había dado por terminado. El frío enfriaba aún más la relación.

Cassiowill es enviado a explorar. Los kilómetros siguieron y el viento daba un poco de tregua. Los sedientos caballos comían nieve para engañar la sed, la reserva de carne era cada vez más escasa, pero la suerte comenzaba a cambiar: encontraron un manantial y madera abundante. Era un pequeño edén que dudaron en abandonar. Nuevamente observaron aliviados huellas de caballos y perros, estas tenían aproximadamente 20 días. Atravesaron los faldeos del altiplano, tres cadenas de colinas con sus cañadones repletos de pasto, acompañados de un clima bastante bueno. Había agua y alimento suficiente para contentar a humanos y animales al menos por unos kilómetros más. Todo era demasiado perfecto…

Un caballo, el mejor de la tropilla de mansos, caminaba con cierta dificultad debido a una espina que no le podían sacar. Y ese no es el único caballo en problemas.

—Sé que a ustedes les gusta mucho la carne de caballo, y también sé que les prometí carnear uno, pero, ¿no quieren cazar un guanaco? Les prometo recompensa si lo logran— expuso Pietrobelli, y ahora mira a su potranca. —Esta potranca… me encariñe mucho con ella.

Los nativos se miraron y cruzaron algunas palabras en araucano. Unas horas más tarde se estaban almorzando a la potranca.

Los días siguientes la esperanza comenzaba a desvanecer junto con los suministros, el estado de los animales, las ropas, agua, paciencia, la salud de Cassiowill selló la decisión de Pietrobelli de dar por terminada la travesía.

—Debo pagar a los indios y volver. Hay que saber cuándo se está derrotado. La naturaleza ganó la batalla.

Pero no la guerra.

Luego de unos días se lanzó a una nueva búsqueda de la Rada Tilly. La idea en esa ocasión era explorar la costa del Golfo San Jorge, acompañado de los nativos Marcelo Saiñanjo y José Pereira. Mientras marchaban a lo largo de la costa encontraron dos pequeñas salinas, a las cuales le tomaron muestras que Pietrobelli mandó con uno de los nativos al campamento que habían armado en Pampa del Castillo. Pietrobelli y Marcelo habían quedado solos, planeaban ir por un cañadón para acortar camino, ambos estaban de acuerdo con la ruta así que se pusieron en movimiento de inmediato.

La falta de cálculo hizo de las suyas. Se suponía que llegarían antes del anochecer a la parte mas alta, pero no fue así.

—¿Qué nos sucedió Marcelo? ¿Cómo pudimos equivocarnos tanto?

—No lo sé, ahora estoy muy cansado. Vamos, don Francisco, vamos a descansar aquí.

—Mejor voy a seguir, si subo voy a poder ver el fuego del campamento desde esa altura.

Marcelo se quedó y agotado se tiró al suelo a dormir. Pietrobelli siguió el camino. Logró subir, pero para su sorpresa no había ninguna fogata, ni fuego ni brasa. Ahora el agotado era él y también durmió en el suelo esa noche. Al amanecer tanto él como el caballo despertaron hambrientos. Lograron desayunar unos berros silvestres que encontraron.

Continuó hacia el Noreste hasta que vio una cortina de humo y pensó que era su gente. Corrió como pudo hasta que se dio cuenta de que era un incendio. El camino lo dejó en una punta, era la que más estaba adentrada en el mar. Carta en mano contemplo con una felicidad extraordinaria que estaba en la tan deseada Rada Tilly. A los gritos y chillidos de felicidad volvió sobre la huella que dejo en su primer viaje para poder regresar al cañadón donde estaba el campamento.

Cuando llegó había encontrado a todo el grupo, consolándose, ya que creían que Pietrobelli había desaparecido. Felizmente les dio las buenas noticias. Y dio por concluida su misión.

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