El mar todo lo cubre. Sereno o rabioso hace su voluntad durante la pleamar. Las playas desaparecen bajo sus aguas. La superficie marina, ora monótona ora crispada, hipnotiza a quien la observa desde la orilla. El color de sus aguas puede cambiar; su fuerza, no. Cuando parece cansarse y se retira en busca del horizonte, el escenario cambia.

La bajamar deja ver la marisma y sus tesoros, y también los rastrojos de la ciudad. La espuma y las estrellas de mar yacen junto a botellas, plásticos, latas y pañales descartables…. Lo que el viento se llevó, el mar lo devuelve. Descartes del mundo que aparecen insolentes para no ser olvidados. La retirada de las aguas deja al descubierto un paisaje inconveniente. Corporiza lo intangible. Tarea que comparte con nuevos protagonistas, en otros ámbitos y distintos entornos. Del océano se traslada a la metrópoli.

Las arenas y las calles citadinas amalgaman sus sinos. La ciudad, como la playa, es un galimatías de claroscuros. Ambas disimulan sus asimetrías. En la costa, el mar decide cuándo y qué sacar a luz; en la ciudad, el protagonismo lo ejercen los medios de comunicación.

Los periódicos iluminan lo impactante, lo interesante, lo noticiable. La ciudad en las sombras rezuma la indolencia del periodismo tradicional. Lo cotidiano no es noticia; una ciudad violenta, sí. A las páginas de los diarios llegan los actos de los señores, mas no las tribulaciones de los hombres y mujeres comunes.

Los barrios inconvenientes que deben ser evitados, las historias que no deben ser contadas y los personajes que no debieran existir son ajenos a la habitual crónica periodística, salvo que la sangre tiña de noticia un acontecimiento. El escándalo vende. El interés mediático va detrás del ciudadano ilustre o del ángel caído. Lo político o lo económico es su campo de acción. Lo social es relegado a meras notas de color. Lo monótono se menosprecia.

Entonces, ¿quién relata las historias enmudecidas?, ¿quién ilumina los rostros de los marginados?, ¿quién construye puentes entre los parajes umbríos de la ciudad y los solares de su superficie?, ¿dónde leer lo bueno, lo malo y lo feo que ocurre en la periferia de la ciudad? En fin, ¿quién hace de bajamar para exponer lo que queda del día en las calles de Comodoro?

Una vez retirada la tradicional rutina periodística, es posible responder a esta desiderata. Para ello es imprescindible mirar la realidad con otros ojos crónicos.

Los relatos que cayeron de la agenda porque sobran o porque nunca se escribieron merecen ser publicados. Son necesarios. Historias cotidianas de hombres y mujeres ordinarios. Pueden no ser acontecimientos periodísticos, pero sumados generan procesos sociales.

Hacerlos públicos es exhibir al otro como parte del nosotros. No son extraños al mundo que muestran los medios. Son su contracara. Si el mundo es injusto, a todos quienes lo habitan les cabe la tarea de construir una sociedad más justa y solidaria.

Pero no se puede creer en el cambio de algo que no se ve o, si se observa, no se entiende. Ver, comprender y comunicar es el imperativo ético que se impone en los medios. Es imprescindible estar informados de lo tradicional noticiable, sin olvidar las sombras y murmullos de la ciudad.  Tratar de que la hojarasca informativa no nuble la percepción del periodista y su público. 

Con este norte, esa es la tarea que se propone Bajamar: descubrir, analizar, comprender y comunicar. Tender puentes. Lograr que los afortunados de la sociedad no juzguen a los desposeídos, sino que los entiendan. Tal vez, así, el mundo sea un poquito mejor.

Con crónicas, cuentos, ensayos o poesía, Bajamar pretende revelar aquello que habitualmente no muestran los medios de comunicación y, si lo hacen,  ambiciona ofrecer nuevas perspectivas. Como el mar en su bajante, anhela dejar al descubierto lo olvidado por las antiguas rutinas periodísticas.