
A principios del siglo XIX, la burguesía puso en manos de los trabajadores los instrumentos de trabajo. En ese momento fue necesario apartar a la delincuencia de los sectores populares. El obrero debía ver al delincuente como a un enemigo personal y cercano, no como lo hacía hasta entonces, casi como a un héroe romántico.
Es así, en este entorno, como surgieron los relatos de criminales en los periódicos, en los folletines y en la literatura. A través de la multiplicación geométrica de informaciones y ficciones sobre la delincuencia, se creó la figura del criminal como enemigo imperdonable y, a la vez, se justificó la vigilancia y el control social por parte del poder de turno.
La actual diseminación de noticias policiales en la prensa contemporánea parece tener los mismos fines que en el siglo pasado: atemorizar y controlar.

¿Alcanza con el feminismo para construir una sociedad igualitaria? No. ¿El lenguaje inclusivo puede por sí solo terminar con las injusticias del patriarcado? Tampoco. No son condiciones suficientes para lograr un mundo mejor, pero sí necesarias. Con el lenguaje interpretamos el mundo, lo pensamos y actuamos en él. Cambiar la formar en que nos comunicamos incide en la realidad que nos rodea. Después de todo, hablar es hacer cosas con palabras.